Mi nombre es Eva, y soy una profesional de las Relaciones Internacionales. Crecí en un pueblo muy pequeño en Córdoba, y mientras crecía, me di cuenta de mi indudable curiosidad y aventurismo por conocer más de la vida. Me mudé a Madrid muy joven, con miles de ilusiones que pretendía cumplir algún día. He dedicado gran parte de mi tiempo al activismo de los derechos digitales, a la investigación de su regulación, a explorar su dimensión ética y sostenible, y a intentar situar a las personas en el centro. Y de ahí, nace mi granito de arena en este pequeño, pero gran proyecto.
¿Mi relación con la tecnología? Soy joven, tengo 22 años y yo también he crecido con un móvil en mis manos. Soy una usuaria común de las redes sociales, he crecido con ellas, he sentido la dopamina que generan en mi cuerpo, he sentido la necesidad de llegar a los máximos likes posibles, de sentirme venerada por mis seguidores y “amigos” de Instagram, de ser influencer y patrocinar las marcas más de moda del momento como otras chicas que veía por Internet, de compartir lo que hacía de una manera casi automática y nunca supe detectar que mi mente reaccionaba así ante un estímulo que yo misma no podía controlar.
Hace unos meses que me he dado cuenta (recalco, meses, comparado con los años que llevo siendo usuaria de Internet y las redes sociales) de cómo comenzaba a reaccionar ante esto. De repente, lo que hacía de una manera automática, como hacer scroll, y pasar las horas muertas delante de mi teléfono móvil me hacía sentir mal. No era capaz de mantener la concentración, cuando siempre había sido una alumna excelente durante toda mi vida y estaba acostumbrada a leer durante horas. La lectura, una de mis mayores pasiones desde pequeña, me resultaba pesada. Las notificaciones de mi teléfono móvil me causaban una ansiedad que no podía controlar. Provocaban que mi corazón se acelerara. Perdía una hora (o más) de mi descanso diariamente antes de dormir revisando lo que me había perdido durante el rato que no podía estar conectada. Perdía tiempo de calidad con mis amigos y amigas pensando en las notificaciones que me sonaban en el bolsillo de mi pantalón. Levantaba la cabeza de mi teléfono móvil en el metro y, solo con mirar unos metros de mí, veía a todo el mundo absorbido por su propia pantalla. El aburrimiento suponía una pesadilla que no era capaz de soportar y que intentaba evadir volviendo a sumergirme en el mundo digital, irreal y utópico de mi alrededor.
Me di cuenta de que vivimos constantemente con la cabeza gacha, de que nos chocamos por la calle, y de que vivir en piloto automático es algo a lo que nos hemos acostumbrado. La tecnología, las redes sociales e Internet se han convertido en las cuerdas que nos mueven día a día. Como si no tuviésemos control. Y por eso, creo en la necesidad de concienciar a la juventud. Los derechos digitales son los derechos de nuestra generación, y nuestro deber es luchar por ellos. ¿Qué será de nosotros si no conseguimos controlar nuestros impulsos? ¿Qué será de nuestro futuro sin una regulación eficaz, justa e inclusiva?
Yo tengo claro que no quiero ser una espectadora de mi propio futuro. ¿Y tú? ¿Re-conectas?