Nos encontramos a las puertas del estreno del Equipo Impakta en los escenarios, más allá de las altas expectativas, y de los consecuentes nervios y temores, Gonzalo y un servidor estamos orgullosos de ser los encargados de presentar este proyecto al mundo.
Para tomar la alternativa, hemos querido tocar uno de los temas más picantes, con una gran implicación ética a la que se enfrentan miles de tecnólogos y filósofos contemporáneos:
¿Podemos calificar a algunas nuevas tecnologías como Drogas digitales?
Desde luego, si nos ceñimos a la oleada de documentales, artículos y discursos que han intentado abordar esta cuestión, siendo quizá el más conocido The Social Dilema, el cuál ya revisamos en ¿Cuánto estás dispuesto a dar “gratis”? , o su versión actualizada The A.I Dilema, también protagonizado por Tristan Harris y Aza Raskin, inventor del infinite scroll que caracteriza las feeds de las redes sociales más populares, estamos hablando incluso de “drogas teledirigidas” en formato de algoritmos adaptados al usuario para inducirle en una cámara de eco permanente, de la que solo se le permite salir para cumplir con su función de consumidor.
So, here’s the thing. Social media is a drug. We have a basic biological imperative to connect with other people. That directly affects the release of dopamine in the reward pathway. Dr. Anna Lembke en The social dilema.
En mi opinión, decidir sobre la exactitud del término Drogas digitales para referirnos a aquellas tecnologías que se inmiscuyen en nuestro circuito de recompensa es una tarea más compleja de lo que nos invitan a pensar este tipo de documentales.
En palabras del considerado padre de la toxicología:
Todas las sustancias son venenos, no existe ninguna que no lo sea. La dosis diferencia un veneno de un remedio. Paracelso.
Por lo que, calificar a un ente como una droga o un tóxico, palabras etimológicamente equivalentes, es mirar solamente una cara de la moneda.
Si volvemos a echar un vistazo a las drogas “analógicas”, las tradicionales, conocidas formalmente como fármacos, encontramos una explicación a lo anterior en su propia etimología: Pharmakón, se refiere a una sustancia como cura o veneno, ni una ni la otra, un concepto indisociable, cuya actuación como uno de los dos entes del binomio se puede expresar matemáticamente, en el rango entre dosis activa y dosis mortal.
En palabras de Antonio Escohotado en su libro, Aprendiendo sobre drogas, nos referimos a aquellas sustancias que al ser introducidas en nuestro cuerpo, éste no es capaz de asimilarlas y desencadena una reacción de respuesta ante la intoxicación.
Atendiendo a la clasificación propuesta en 1924 por L. Lewin, pionero en la psicofarmacología moderna, podemos distinguir cuatro tipos de drogas psicoactivas en función del efecto que provocan. Distinguimos las euphorica y las excitania como las que provocan un efecto similar a un uso abusivo de redes sociales; cocaína, opiáceos, drogas visionarias, tabaco, café o alcohol se caracterizan por fomentar la segregación de altas cantidades de los neurotransmisores asociados al placer y la recompensa: dopamina y serotonina entre otros.
Del mismo modo que no solo de pan vive el hombre, los seres vivos no precisamos del uso de sustancias para alcanzar el placer prometido; también nos servimos de hábitos y acciones: el sexo, el deporte (especialmente de riesgo), el trabajo, las compras o la comida.
Intuimos que estos procesos son la razón de existir para los mecanismos de recompensa, nuestro cerebro está programado para cumplir las acciones del ciclo de vital, aunque no nace sabiendo cuáles son éstas.
Hackear el circuito dopamínico de recompensa para provocar un determinado comportamiento no es algo novedoso: La disciplina que combina venta con neurociencia, conocida como neuromarketing, se empieza a utilizar en la década de los 90, alcanzando la popularidad a principio de los 2000.
Similar a lo ocurrido con el desarrollo contemporáneo de la Inteligencia Artificial, las investigaciones en este campo datan de décadas atrás, pero estaban fuertemente limitadas por las capacidades técnicas del momento.
Con el aumento exponencial del volumen y la calidad de los datos que genera la humanidad en su conjunto, se ha logrado afinar las probabilidades de éxito y las conversiones de impresiones en compras realizadas por el usuario.
Ahora bien, tras discutir la definición exacta del término droga, cómo actúan las drogas tradicionales en comparación con el uso abusivo de las redes sociales, y el incentivo que puede existir detrás de una verdadera droga digital, ¿es posible llegar a una conclusión sobre su existencia?
Solo espero que la respuesta a esta pregunta venga por parte de la comunidad científica, considero que existe un alto riesgo en equiparar el uso abusivo de una tecnología con el consumo de un veneno, en especial por el marco legal sancionador que acompaña al comercio y uso de estas sustancias en nuestras sociedades.
Citando de nuevo a Escohotado como investigador del aspecto sociológico de la relación entre la humanidad y los fármacos, ésta siempre ha estado ligada a una ética subjetiva del consumo, separando las drogas en legales e ilegales, en blandas y duras, atendiendo a razones culturales, religiosas o simplemente a la subjetividad del legislador, como en el caso de la prohibición del consumo de café en los países escandinavos, algo que a día de hoy nos sonaría ridículo.
Declarar un hábito perjudicial como una droga deja vía libre a un legislador perspicaz la capacidad de restringir y limitar la distribución del medio que hace posible ese hábito.